sábado, 15 de agosto de 2020

En la colonia agrícola - Santiago Venturini

 

Si es verdad lo que dice Venturini, en el poema 7 que compone En la colonia agrícola, la memoria graba en forma aleatoria. Es así que el recuerdo del suicidio de un chico con la escopeta de su padre, familias que arman sus casas y creen que están construyendo el mundo y un verano en el cual se arma la pelopincho familiar son el escenario, o la evocación, de un momento particular.

Abro el libro al azar y leo

Las flores crecían igual
los árboles se volvían altos
y nosotros hacíamos todo
lo que las personas comunes
hacen
aunque por dentro
estábamos mutando.

El yo lírico se sitúa en medio del poema y observa de qué manera va creciendo la colonia agrícola, no sin cierta ironía o distancia con respecto a la experiencia

¿A qué edad conocen el sexo
los chicos?
Bastante pronto,
chanchitos.

En Alien 3, la querida agente Ripley, después de estar a la deriva en su nave mucho tiempo, llega a un planeta lleno de conscriptos que resultan ser fanáticos religiosos. Ella está aturdida y no entiende cómo llegó hasta ahí. Decide hacer una expedición al esqueleto de la nave y descubre un androide que le cuenta todo lo que sucedió. El mismo mecanismo podríamos decir que se repite en el libro de Venturini. La memoria selecciona y describe, cuenta y no juzga. Un cumpleaños de quince es el escenario donde La Colonia Agrícola interactúa. Y desde el presente, indaga

Algunos dieron el salto
al mundo de los adultos
empujados por sus padres.
Otros se quedaron en el limbo
hasta que un día
en el reflejo de un vidrio
les costó reconocerse.

Sabemos del sentimiento previo que tenemos cuando estamos por perder algo para siempre. Sabemos, también, que volver a buscar eso no es solamente inútil sino una tarea destinada al fracaso. Vivir con las grietas, con lo que queda de nosotros y nos constituye es el anhelo de recuperar ese instante de vacilación en que el mundo se suspende. La escritura, entonces, recupera ese instante y lo trasmuta, el hombre es también el chico:

Quiero volver a los montes
de mi barrio.
Ahí aprendí a levantar ranchos
a elegir palitos para el fuego
a tocar a otros chicos como yo.

Después salí a machetazos
y me transformé en esto.
De vez en cuando
levanto la cabeza
y vuelvo a ver la luz
que pasa entre las ramas.

Ahora
en el mismo lugar
hay casas con el césped cortado
llenas de hijos que comen
todo lo que sus madres les dan
para poder llegar al futuro.

 

Selección de poemas

2.

Un verano
armamos la pelopincho verde
y nos metimos todos.
mamá
Tani
prima Ivana
nona Alicia
-papá no.
Hay una foto
en la que estamos contentos.
Los repasadores de flores
flotan en la soga.
Yo aparezco de espaldas
con una malla roja
y esa piel anfibia
que tienen todos los chicos,
piel nueva
lista para curtirse
con lo que va a venir.
Es la hora de la siesta
y el portón del patio está abierto.
No hay nadie en la calle
pero el barrio sigue creciendo.
Los matrimonios jóvenes
levantan sus casas,
proyectan piezas
para hijos que no existen,
achican el terreno virgen
con metros de familia:
donde había un monte
crece un living.
Cuando baja el sol
se sientan en sus veredas
y creen que el mundo
está en construcción.

*

27.

Cuando mi mamá empeoró
mi hermana Tani tuvo que aprender
a poner inyecciones.
Practicaba con una naranja
o un pedazo de carne.

Fue su enfermera personal
durante años.
Si mamá no podía dormir
ella no dormía,
si tenía hambre
ella también.
Era su doble sano
siguiéndola del baño
a la pieza.
Al final
la primera hija
que tuvo mi hermana
fue su propia madre.
En el último tiempo
la alzaba como a un bebé.

Yo tenía trece años.
Iba a la escuela
ponía la mesa
y no paraba de pedalear.
Tanto
que cuando mi mamá
hizo su última transmisión
desde la tierra
y se despidió del mundo
en la nave espacial de su cama,
yo estaba subido a mi bicicleta
pero mirando al cielo
para verla despegar.

*

14.

Los habitantes
de la colonia agrícola
viven rodeados de campos
aunque a veces se olvidan.
Hasta que un domingo
ven desde la ruta
la forma verdadera de la tierra:
una extensión dividida
con postes de alambrado
que tienen dueño.
Acelerando sobre el asfalto
que pusieron otros colonos
pegan los ojos al horizonte,
aprenden la lección del paisaje.

El campo parece
demasiado elemental
pero esconde cosas.
A doscientos metros
alguien que levanta un brazo
no se ve.
De noche
lucecitas de autos ocupados
por dos personas
se hunden en la oscuridad.
Una vez
te internaste en los campos
con alguien.
Cuando terminaron
y te acomodabas la ropa
viste la ciudad desde lejos.
Era una masa naranja
hecha con la energía
de luces públicas,
brillando en el medio de lo negro.
Como si una nave nodriza
con la tripulación de todas
las caras que conocías
acabara de aterrizar
sobre la superficie nueva
de un planeta.


Santiago Venturini nació en Esperanza (Santa Fe) en 1981. Publicó los libros de poemas El exceso (2008), El espectador (2012), Vida de un gemelo (2014), En la colonia agrícola (2016) y Un año sentimental (2019). Es profesor universitario y trabaja como investigador.

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