sábado, 27 de junio de 2020

Poemas de Anna Ajmátova







Anna Ajmátova tuvo la desgracia de desarrollar su producción bajo la ola del terror estalinista. Como señala Coetzee, los poemas no fueron escritos sino que fueron recordados dando así voz a millones de mujeres que frente a las cárceles de Leningrado esperaban noticias de sus maridos o de sus hijos. Y entre ellos, el hijo de la poeta.

A pesar de la oscuridad que tocó atravesar a dicha generación, allí donde se desarrollaba el horror también persistía el espíritu de un país arrasado por el frío y la tortura. A continuación una pequeña selección traducida por el eslavófilo Fulvio Franchi y recogida en el libro 51 poetas, antología crítica de J.M. Coetzee.



Selección de poemas


Réquiem

¡No! No estaba bajo un cielo extraño

ni bajo la protección de alas extrañas.

Estaba entonces con mi pueblo, allí,

donde por desgracia mi pueblo estaba.


1961

En lugar de dedicatoria

En los terribles años de lézhov pasé diecisiete meses en las colas de la cárcel de Leningrado. Una vez, alguien me “reconoció”. Entonces una mujer que estaba parada detrás de mí, con los labios azules, quien, por supuesto, nunca en su vida había escuchado mi nombre, se despertó del embotamiento, propio de todos nosotros, y me preguntó al oído (allá todos hablaban en susurros):

-¿Y esto usted puede describirlo?

Y yo le dije:

-Sí, puedo.

Entonces, algo como una sonrisa apareció en aquello que alguna vez había sido su cara.

I de abril de 1957

Leningrado


Dedicatoria

Ante esta pena se inclinan las montañas,

no fluye el gran río,

pero son fuertes los cerrojos de la cárcel,

y tras ellos las “celdas de los condenados”

y una angustia mortal.

Para alguno sopla un viento fuerte,

para alguno es una caricia el ocaso -

No sabemos, somos las mismas en todos lados,

solo escuchamos el rechinar odioso de las llaves

y los pesados pasos de los soldados.

Nos levantábamos como para la misa matutina,

caminábamos por la salvaje capital,

allí nos encontrábamos, muertes exánimes,

el sol más bajo y el Neva más brumoso,

pero siempre cantaba a lo lejos la esperanza.

La sentencia… Y de golpe brotan las lágrimas,

ya ella ha quedado apartada de todos,

como si con dolor le quitasen del corazón la vida,

como si brutalmente la tumbasen de espaldas,

pero camina… Se tambalea… Sola.

¿Dónde están ahora, involuntarias amigas

de mis dos años endiablados?

¿Qué creen ver en la tormenta de nueve siberiana, qué se les aparece en el círculo lunar?

A ellas les envío mi saludo de despedida.

Marzo de 1940


Introducción

Esto ocurría cuando sonreía

solo un muerto, feliz de su reposo,

y como un sobrepeso innecesario pendía

Leningrado al lado de sus cárceles.

Y cuando, enloquecidos por la tortura,

pasaban los regimientos de los ya condenados,

y una breve canción de despedida

cantaban las sirenas de las locomotoras,

las estrellas de la muerte estaban sobre nosotros,

y la inocente Rus se contraía

bajo las botas ensangrentadas

y bajo las ruedas de los “negros furgones”.

7. La sentencia

Y cayó la palabra de piedra
sobre mi pecho aún con vida.
No importa, porque estaba preparada,
me las arreglaré de algún modo.

Hoy tengo mucho que hacer:
hay que matar la memoria hasta el final,
hay que hacer que el alma se haga piedra,
hay que aprender de nuevo a vivir.

Si no… El cálido murmullo del verano
del otro lado de mi ventana es como fiesta.
Lo presentía desde hace tiempo,
el día luminoso y la casa vacía.


8. A la muerte

Vendrás de todos modos, ¿por qué no ahora?
Te espero -es muy difícil para mí.
Apagué la luz y abrí la puerta
para ti, tan simple y admirable.
Para eso arréglate como quieras,
irrumpe con un arma envenenada
o llega sigilosa como una pesa, como experto bandido,
o envenena con el vaho del tifus,
o con una fabulita inventada por ti
y por todos hasta el asco conocidos -
para que yo vea la punta del gorro celeste
y pálido de terror al encargado.
Ahora todo me da igual. Se arremolina el Eniséi,
brilla la Estrella Polar.
Y el brillo azul de los ojos amados
vela el último terror.


5

Diecisiete meses hace que grito,
te llamo a casa,
le he echado a los pies del verdugo,
hijo y horror mío.
Todo se ha enturbiado para siempre,
y ya no puedo distinguir
quién es fiera y quién persona,
y si he de esperar la ejecución un largo tiempo.
Y solo hay flores suntuosas,
y el sonido del incensario, y las huellas
hacia ninguna parte.
Y me mira directo a los ojos
y me amenaza con pronta ruina
una inmensa estrella.

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