martes, 21 de julio de 2020

Poemas de Sandro Penna





Cada segundo que paso sin escribir esta especie de palabras preliminares a los poemas es un segundo más en el que me convenzo, de alguna manera, de no decir nada. Se debe, me parece, a que después de seleccionar estos poemas de Sandro Penna me encontré otra vez, y ahora con una mayor intensidad, frente a una transparencia inexplicable. Y mientras pienso esto encuentro un apunte de Sandro Penna citado en el prólogo que Pablo L. Ávila escribe para la edición de Poesía (Visor, 1992). El apunte, que encima había olvidado, dice:

Si pienso que se puede mirar la pasión fríamente y con ojo sereno de artista entenderla profundamente sin sentir dentro de sí algún fuego, siento un odio desesperado por ese poder aristocrático y prepotente del intelecto sobre las cosas.

Me quedo con la idea del intelecto como un poder aristocrático, prepotente, pero, sobre todo, inútil para la pasión. Me hace acordar a lo que escribe Diana Bellessi en el texto que inaugura La pequeña voz del mundo cuando se refiere a las tareas de la voz poética. Diana dice: “Permanecer atenta a lo inútil, a lo que se desecha, porque allí, detalle ínfimo, se alza para ella lo que ella siente epifanía.” Creo que esta dificultad que encuentro para hablar sobre Penna se debe un poco a querer hablar con el intelecto sobre el corazón, porque para leer estos poemas no hace falta ser un estudioso sino aceptar esa transparencia y misterio que aparecen fundidos en la epifanía de una voz despojada del intelecto o de la inteligencia académica para escuchar, con gran detención, el canto susurrado de, por ejemplo, estos versos:

“Un chiquillo corría tras un tren.
La vida -me gritaba- va sin frenos.
Lo saludé, riendo, con la mano,
y trémulo y en paz torcí lejano.”

Explicar ese poema, esa pequeña postal, tan perfecta como si la hubiéramos vivido esta misma mañana de regreso a casa, ¿para qué? ¿Por qué? Algo parecido también se podrían haber preguntado los que lo rodeaban a Penna y conocían su estado de casi indigencia, de vendedor de cuadros en la calle, cuando se enteraron de que por las tardes el poeta le pagaba a un chofer para que lo llevara al mar.

Algo de esa anécdota del Penna indigente que decide gastar sus pocas monedas en un viaje me permite, recién ahora, poder decir un par de cosas de su poética, cosas chiquitas. Primero, que el Eros de sus poemas es indisciplinado, desafiante. Un Eros, además, que no solo lo lleva al encuentro con su tan añorado muchacho que ve en cada chico que pasa, o al paisaje de la naturaleza que se despliega frente a la mirada como encantándola, o a la noche de las ciudades: la escritura poética termina transformándose e identificándose en múltiples objetos del deseo. Y si la búsqueda del deseo es una búsqueda de sí mismo, la soledad es un momento de hallazgo que atraviesa los poemas como una mirada atenta a esa pasión que se desparrama. La soledad no como un martirio, si bien a veces puede serlo, sino como una consecuencia necesaria del aislamiento, lo que no le impide, ciertamente, vivir el edén, la libertad, el goce.

Y, para terminar, vuelvo sobre el mismo tema: Penna se contenta con lo que el Eros puede regalarle: una sonrisa, un pedacito de sol anidado en el cuerpo del amado, lo que sea. Este goce que recibe parecería hacer que el poeta pueda tocar, acariciar, ceñirse contra el cuerpo del otro, pero verdaderamente lo que a Penna parecería interesarle es saber que, aunque el muchacho pertenezca a otro mundo y que tal vez nunca lo ame, pueda figurarlo. Como si por un momento, la frontera de ese mundo otro y este mundo propio se disipara durante el poema, y pudiera la angustia no hundirse en un mundo aun no perdido del todo:

“Mas tú quedas en la calle
desconocida e infinita.
Sólo pides a la vida
que reste ya como es.”

Acá dejamos una selección bien nutrida de poemas de distintos momentos de la obra de Sandro Penna.

Selección de poemas

Poesías (1927-1938)

1

La vida… es acordarse de un desvelo
triste en un tren al alba: haber visto
afuera la luz incierta: haber sentido
en el cuerpo roto la melancolía
virgen y áspera del aire hiriente.

Pero recordar la liberación
de improviso es más dulce: junto a mí
un marinero joven: el azul
y el blanco de su divisa, y afuera
un mar todo reciente de colores.

6

Falsa primavera

Plácidos gatos, amantes
(quieta la hora en el prado)
de cristales brillantes.

Torpemente felices,
del olor a cuartel
se desnudan los soldados.

Pero es fugaz en las hondas
ansias ese sol que amas.
Cae la tarde y es grave
el cielo en los ramos secos.

7

Bajo el cielo de abril esta paz mía
es incierta. Los verdes claros ahora se mueven
caprichosamente al viento. Aún duermen
las aguas mas, parece, con los ojos abiertos.

Corren muchachos en la hierba, y parece
que los esparza el viento. Pero sólo
mi corazón está disperso y le queda un rayo
vívido (oh juventud) de sus blancas
camisas estampadas sobre el verde.

8

Ya declina el verano y el plenilunio
trae vigores nuevos. Y estoy solo.

De la casa de Baldo, campesino
amigo, llega un toque de organillo.
Después dos voces se alzan en contienda.

Una es viril y la otra, aún más bella,
es tal vez la de Baldo, el mozuelo amigo.

10

Toda pena ha caído. Ahora llueve
tranquilamente sobre la vida eterna.
Montando su motor, en la cochera,
es -desde lejos- un pequeño obrero.

Ahora llego del cerrado libro a aquella
vida lejana. Mas si es la verdadera
no lo sé.
             Y no lo dice el nuevo sol.

16

La véneta plazuela,
antigua y melancólica, acoge
olor a mar. Y vuelos
de palomas. Pero queda
en la memoria -y encanta
de sí misma la luz- el vuelo
del muchacho ciclista
vuelto al amigo: un soplo
melódico: “¿Vas solo?”

Poesías (1938-1955)

20

Como el viento de abril es mi muchacho,
claro y ligero, un poco caprichoso.
Pero abrasa la hierba en mis prados. En vano
invoca una caricia más constante.

24

Mi vivir es monótono si arde
calmoso un sol en las persianas verdes.
Se hace dócil la mirada, sereno amor
anónimo, poesía de cuatro versos.

25

Un chiquillo corría tras un tren.
La vida -me gritaba- va sin frenos.
Lo saludé, riendo, con la mano,
y trémulo y en paz torcí lejano.

28

Se despidió el verano sin ruido.
Nubes ligeras, una a una, hincharon
el corazón de signos sin nombre.
La luna transcurría ansiosa, honesta.

Enteramente echada sobre un muro
dormía otra edad en la canícula.
En la mano apretaba su más caro
objeto. No por pudor, que no tiene pudor
el sueño, y hasta el sueño está solo en la ciudad.

Un extraño gozo de vivir (1949-1955)

33

Un poco de paz hay ya en el campo.
El ocio, que es padre de mis sueños, mira
mis vicios con sus ojos comprensivos.

Alguien que estaba en mí mas no me mira
orina y se muestra negligente: de pronto
aparece un tren con sus pasajeros
atónitos y sonrientes: y ya es ayer.

Extrañezas (1957-1976)

45

Duró este gran amor
tan sólo una semana.
Oh cómo se aleja
el tiempo del error.

47

Saben sólo los ocasos mis pasajes
de pueblo a pueblo, o, de improviso
muchacho campesino, enamorado
de mí, o de la vida, no sabiendo
él más de los ocasos.


48

“Poeta exclusivo de amor”
me han llamado. Y tal vez era verdad.
Pero el viento aquí en la hierba y los rumores
de la ciudad lejana,
¿no son también amor?
Bajo cálidas nubes,
¿no son aún el eco
de un amor que se abrasa
y nunca más se aleja?


Sandro Penna (1906-1977): Su padre era comerciante en Perugia, ciudad en la que vivió hasta los veintitrés años. El resto de su vida (salvo un breve periodo que pasó en Milán), transcurrió en Roma, ciudad en la que morirá. En 1939 publica sus primeros poemas con éxito, lo que le permite colaborar en importantes revistas literarias de aquel tiempo, como Corrente, Letteratura o Il Frontespizio. Allí aparecieron textos en prosa que posteriormente se publicaron bajo el título de Un po' di febbre. En 1950 publicó su segundo libro de poemas con el título de Appunti. En 1955 publicó Arrivo al mare. En 1956 aparece una de sus obras más importantes, en la que se define mejor su personalidad y el estilo de su obra: Una strana gioia di vivere. En 1957 la editorial Garzanti publica una antología completa de sus poemas, con las que obtiene ese mismo año el Premio Viareggio. En 1958 aparece un nuevo libro de poemas: Croce e delizia. En 1970 Garzanti edita Tutte le Poesie ('Todas las poesías'), donde se recogen todos los libros precedentes y muchos textos inéditos hasta entonces. Con este libro, Penna gana el Premio Fiuggi. En 1976 publica Stranezze , con el que gana en enero de 1977, pocos días antes de su muerte, el Premio Bagutta.

Sandro Penna por Aurora Germani

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