martes, 21 de abril de 2020

Las estrellas celosas - Osvaldo Bossi




Sabemos por Roland Barthes que la historia de amor es el tributo que el enamorado tiene que pagar al mundo para reconciliarse con él. Y a veces, simplemente sucede que no importa qué máscara tome el amor: puede ser Tornado, o Raulito Lemnos -su pelo apelmazado en la nuca-, puede ser también Juan José Camero o Nazareno Cruz, El muchacho de los helados, qué importa.

Unos días después de la presentación de la novela, Osvaldo me comentó que mientras la escribía, repetía cada mañana -siempre me acuerdo esa frase de Borges que tanto nos gusta- el mismo ritual, acaso por la ilusión de un principio. Reproducía la misma canción de los Beatles en Youtube con subtítulos en español. “La escucho cada mañana”, me dice Osvaldo, Ovi, “y me da un tono, puedo escribir”. Me habló también de lo importante que es sentirse bien con uno mismo, de ese bálsamo a veces dulce y a veces triste que puede ser la soledad. Yo le decía: “Sí, Osvaldo. Sí”.

Unos días más tarde, volví a leer la novela y efectivamente, los Beatles estaban ahí. El muchacho Elvis bailando el rock de la cárcel, el mismo deseo de amor. De convertirse a través del amor, en otro. Sucede cuando el padre del pequeño Ovi se transforma de pronto en Nazareno Cruz, o cuando éste conoce a Griselda. Todo gira incansablemente alrededor del chico mientras de fondo suenan los acordes de Soleado. Hay un momento del amor que parece transformarse en una fatalidad, tal vez nunca entendamos de qué se trate o cuál es la medida de su deseo. Nazareno Cruz se enamora de Griselda, lo mismo que le sucede a Osvaldo cuando se enamora de Juan José Camero y también encuentra su fatalidad.

Abro una hoja al azar, leo: “El mundo a veces puede ser perfecto, me digo. Nada falla y nada nos falta; pero me equivoco. Al parecer, la felicidad es un estado de perplejidad en ascenso. Algo que, hasta que no te rompe el corazón, no se detiene”. Sí, Osvaldo, repito. Sabemos por Barthes también que el discurso amoroso es hoy en día de una gran soledad, un discurso hablado por miles de personas pero que nadie sostiene. En una ocasión, el mismo Barthes tuvo que escribir una carta “importante” de la cual dependía el sostén de un negocio. En lugar de realizar la tarea, se dedicó a escribir una carta de amor que por supuesto, jamás envió. A través de las siete escenas que componen “Las estrellas celosas”, en la hermosa edición de la editorial cordobesa Alción, algo de esto parece ponerse en juego. Como en el tango de Gardel y Le Pera, la fascinación del amor tiene la forma de un deseo donde “todo, todo se olvida”. Y si el dolor a veces surge como la picadura de una avispa, no es más que para entender que todo valió la pena.

Copiamos a continuación un fragmento de la novela:

“Papá, cada tanto, silba una canción y entrecierra los ojos detrás de esa cortina de humo que forma el cigarrillo. Le pido las riendas y me las da. A través de ellas, puedo sentir la fuerza y el impulso de mi caballo. A veces le chisto, cómo lo hace mi papá. Tornado sacude la cabeza y, a su manera, se sonríe.
Pasamos por la peluquería del Rengo. Pasamos por la casa de doña Damasia y de su hija Estela. Pasamos por la casa de Raulito Lemos, y Tornado, como haciéndose el distraído, se demora un poco más. 
Veo la ventana de su cuarto, las persianas bajas. Seguro está durmiendo la siesta. Quiero bajarme del carrito, golpearle la ventana y despertarlo, como antes. Raulito Lemos, no te hagas el dormido, soy yo. Pero Tornado pasa de lado, desestimando mi idea.
Pasamos por la escuela, mi escuela, Remedios Escalada de San Martín. La escalinata de entrada, tan grande en mi recuerdo, se muestra pequeñita ante mis ojos. Una escalera de morondanga. Dos sencillos escalones, sin ningún encanto.
En eso, vuelvo a escuchar la banda sonora y se me mezclan los tiempos, las edades.
Soleado, así se llama la canción en Nazareno Cruz y el lobo. Suena cuando Nazareno se encuentra con Griselda y, al hacerlo, encuentra su fatalidad, es decir, se enamora. Yo, en cambio, estoy enamorado de Juan José Camero y recorto de todas las revistas sus fotos y las pego en un cuaderno de tapas duras. Esa es mi fatalidad y nadie lo sabe. Solo Estelita, que hace como que no entiende nada, o de verdad no se da cuenta. Hasta que papá descubre el cuaderno y me lleva hasta la pieza, se saca el cinto y me fulmina con la mirada.”


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Osvaldo Bossi nació en Buenos Aires en 1960. Es poeta y narrador. Publicó los siguientes libros: Tres (Bajo la luna,1997), Fiel a una sombra (Siesta, 2001; Viajero insomne, 2014), El muchacho de los helados y otros poemas (Bajo la luna, 2006), Ruego por el tornado. Tres (Sigamos enamoradas,2006), Del Coyote al correcaminos (Huesos de Jibia,2007; Editorial Folía 2010), Esto no puede seguir así (Letras Y Bibliotecas de Córdoba,2010), Casa de viento, antología personal (Nudista, 2011), Ni la noche ni el frío (Textos intrusos, 2012), Chicos malos y otros libros (Editorial Conejos, 2012), Como si yo fuera su novia (Editorial Mágicas naranjas, 2013), Adoro (Bajo la luna, 2009; Modesto Rimba, 2017), Yo soy aquel (Editorial Nudista, 2014) y A dónde vas con este frío (El ojo del mármol, 2016),  Los poemas de amor que el Coyote le escribió al Correcaminos (Mágicas naranjas, 2018). Forma parte de diversas antologías de poesía argentina y latinoamericana. A su cargo está la coordinación del ciclo de lecturas El rayo verde. En la web son conocidas sus intervenciones como Batman y El Avispón verde. Encargado de la formación en el área de escritura, coordina talleres de poesía y de narrativa en forma grupal e individual. En 2019 publicó Única luz del mundo: poesía reunida 1988-2019 (Caleta Olivia, 2019).

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